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jueves, 6 de octubre de 2011

Cada vez hay más 'ni-ni' en Latinoamérica: 'ni' trabajan, 'ni' estudian


Fuente, http://actualidad.rt.com/

Entre los jóvenes de América Latina crece el fenómeno de la generación ‘ni-ni’. Se trata de adolescentes que no trabajan ni estudian, a pesar de estar en condiciones de hacerlo. Según estadísticas en la región, este grupo abarca ya el 21% de la población de entre 16 y 29 años.
Es el caso de Fernando Romero, un joven argentino de clase media, quien tiene una rutina muy particular, ya que no trabaja ni estudia.
“No me gusta tener un trabajo que tenga que ir todos los días, cumplir horarios. Por un lado me gustaría, pero no sé. Nunca me gustó mucho estudiar, no es que me cueste estudiar, pero nunca fui muy fanático del estudio. Los llamo a los chicos para ir a patinar y ando hasta tarde, lo que más me gusta es tener tiempo para andar y disfrutar con los chicos”, comenta Fernando.
Fernando, de 23 años, es hijo único de una madre que es empleada bancaria y un padre que se dedica al rubro avícola, la cría de pollos. Él no tiene ingresos propios. Para sus gastos personales cuenta con el dinero que le pide a sus padres. Su amigo, Carlos, comparte su filosofía de vida y tampoco está empleado ni estudia.
“Me encanta andar en skate”, dice Carlos, argumentando que si trabajara a lo mejor se podría “cortar un par de cosas (lastimarse)”. “Me gustaría trabajar de algo que me guste y nunca se te da esa oportunidad”, dice.
No se trata de habitantes de barrios marginales o personas con alguna patología psicológica. Son lo que los sociólogos llaman “jóvenes ni-ni”, que “ni” trabajan “ni” estudian, aunque estén en perfectas condiciones para hacerlo.
Un ‘ni-ni’ es quien “pudiendo elegir, no elige. Son los chicos que se amparan en el confort familiar y que no se animan a dar ciertos pasos, que los sacarían de la cuestión adolescente y los ubicarían en el plano adulto", asegura el psicólogo y autor del libro ‘Generación ni-ni’, Alejandro Schujman.
Desde el punto de vista estadístico, resulta difícil diferenciar quiénes están en condiciones sociales y económicas de tener un empleo o estudio y quiénes no. Pero los sociólogos estiman que el de los jóvenes ‘ni-ni’, es un fenómeno en aumento en todo el mundo.
Un informe de la Organización Internacional del Trabajo indica que en América Latina 22 millones de jóvenes no estudian ni trabajan, lo que significa que el 21% de la población de 16 a 29 años de la región no se dedica a nada.
La figura de los padres juega un papel vital en el mantenimiento de esta generación, ya que con sus esfuerzos por satisfacer las necesidades de su prole, ayudan sin quererlo a seguir fomentando la base del ‘ni-ni’.
“Esto lo que hace es generar una 'burbuja '. Muchas veces los padres se hipotecan para poder darle confort y un buen estándar de vida al hijo, que en realidad no beneficia ni a padres ni a hijos, que genera esta ilusión de la abundancia”, agrega Schujman.
Mientras tanto, aquellos que trabajan a tiempo completo, van a la facultad y colaboran en sus casas, miran con asombro la situación de sus pares. María Inés, de 24 años, tiene un empleo de nueve horas todos los días en una consultora de medios, luego asiste a clases en un instituto de Óptica hasta las 11 de la noche. Y además la jornada nocturna de los fines de semana los pasa, como actriz en un pequeño bar. Ella tiene una visión crítica de los ‘ni-ni’.
“Están en su comodidad y ahí se quedan. Lo que yo veo es una falta de ganas y una falta de interés. Es como que no les importa nada, más que estar ahí y si sus padres los pueden mantener, mejor”, comenta.
Desde el punto de vista social, los especialistas ven la raíz del fenómeno en una cultura consumista que no valora el esfuerzo ni el sacrificio. De hecho, los ‘ni-ni’ suelen tener muchas dificultades para superar las frustraciones.
Resulta pues paradójico que tantos ‘ni-ni’ pasen horas de su vida en plazas, muy cerca de los juegos a los que acudían en su infancia, aún lejos del mundo adulto. Los especialistas sostienen entonces que los padres pueden ayudar a estos jóvenes limitando sus niveles de confort, para que el nido familiar se convierta en un punto de “despegue” hacia la vida independiente y madura.
 

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