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A pesar de que la revolución industrial comenzó en el mismo siglo que nuestra independencia (1800), la creación de nuevas industrias nativas es mínima y las existentes, pierden empleos a una velocidad
promedio del 1.8 % del total de empleos formales1 que existen en el país.
Según el Análisis del Sector Industria2, realizado por la Dirección General de Impuestos Internos, sólo 22 de cada cien empleados formales trabajaron en este sector en el 2010, en comparación al 33% en el 2005.
La industria dominicana no sólo esta estancada, esta en franca decadencia.
Las
razones, aunque varias, se pueden concentrar en dos grandes renglones:
El fracaso de nuestro sistema educativo y la desequilibrada acumulación
de bienes.
Nuestro
sistema educativo, por diseño o por falta de interés, no ha dotado al
país del capital humano necesario para crecer en el renglón
manufacturero y la concentración de los recursos, en manos de la “vieja y
atrasada” oligarquía, ha limitado el desarrollo de los emprendedores y/o capacitados quienes, por falta de capital, se ven forzado a buscar fortuna en el exterior.
Las
consecuencias de lo anterior fueran mínimas si nuestra economía
estuviera sostenida por la agricultura. Sin embargo, la industria
agraria dominicana, en declinación desde la danza de los millones, ha
visto los pequeños agricultores desaparecer, mientras que el continuo
éxodo de los campesinos hacia a las periferias de las grandes ciudades, sigue saturando el frágil e ineficaz sistema de servicio gubernamental.
Según el mismo análisis, ¡solo el 2% de los empleos formales fueron creados por el agro!
La falta de industrias, donde los obreros puedan trabajar, y la falta de tierra, donde los campesinos puedan producir, han
creado las condiciones perfectas para convertirnos en un país
económicamente dependiente, sumergido en las profundidades del
subdesarrollo.
La falta de preparación, el desempleo y
la concentración de la población en las ciudades ha devaluado la fuerza
de trabajo. Los empresarios, ignorando las débiles leyes laborales,
abusan del obrero. Esto ha dado lugar a la cultura de la cuasi-
esclavitud, convirtiéndonos en un país donde el que tiene un empleo, por
insignificante que este sea, debe sentirse “agradecido” y con “mucha
suerte”.
La
economía de servicio ha crecido como la única opción de subsistencia y
se ha convertido en la principal fuente de empleos en la nación, como lo
demuestra el Análisis del Sector Industria2, al indicar que, de cada cien trabajadores formales, 76 trabajan en el sector servicios.
Los echa días, los jardineros, los cocineros, las prostitutas y bailarinas, las empleadas domésticas3, los meseros y hasta los peluqueros 4 se han multiplicado, a una velocidad extraordinaria, saturando el mercado y popularizando la frase de que, “en éste país, cualquiera esta dispuesto a echar un día por un plato de comida.
Según la socióloga Marina Ortiz y Gerald F. Murray, en su libro “Pelo bueno, pelo malo: estudio antropológico de los salones de belleza en República Dominicana 4”, 155
mil dominicanos trabajan en salones de bellezas, mientras que Ruth
Díaz, Presidenta de la Federación Nacional de Mujeres Trabajadoras, en
declaraciones publicadas en almomento.net afirmó que mas de 250 mil mujeres trabajan como empleadas domésticas5.
Por su parte, los emprendedores se han convertido en “chiriperos”. Venden
plátanos, helado, frio-frio (yun -yun), ropa usada, comida, café y
desde menta “verde” hasta cigarrillo en una paletera. Otros viven del
concho y del moto concho, son buscones, llenan formularios y hasta sacan cédulas y placas.
Mientras tanto, los
trabajadores y obreros especializados, como lo son los de la
construcción, ven sus oportunidades reducidas por la avalancha de
aprendices en sus correspondientes profesiones. Cualquier
vivo se convierte en electricista, carpintero, albañil, pintor, y hasta
en herrero. La calidad de trabajo disminuye mientras que la
insatisfacción y el descontento aumenta dentro de la población.
La pérdida de la confianza, por parte del pueblo, en los profesionales capacitados, los empuja hacia el “chiripeo” profesional. La
economía se convierte en economía de servicios malos y sin regulación.
Esta situación crea las condiciones propicias para que empleos como los
de las Zonas Francas y los de Turismo sean vistos como una “bendición”
en lugar de cuasi-esclavitud.
Decenas de miles de trabajos que requieren mínima o ninguna preparación académica son ofrecidos por
las industrias turísticas y de la Zonas Francas a cambio de cientos de
miles de millones en incentivos y facilidades”. Incentivos y facilidades
que les son negados a los pocos industriales dominicanos.
Por ejemplo, según el Banco Central 6, en republica dominicana un millón 600 mil dominicanos trabajan en el renglón turismo, mientras que según datos estadísticos de Adozona7, las Zonas Francas emplean cerca de 200 mil dominicanos.
La crítica situación económica y las limitadas opciones promueven el trabajo infantil (cerca de 400 mil en el 2010 según IPEC 8)
y obligan a una gran parte de la población al trabajo mal pagado y sin
beneficios, al subempleo y al desempleo, creando las condiciones
perfectas para “largarse” en una yola.
Es por eso que, una
gran parte de los dominicanos, dominicanos con grandes sueños pero sin
oportunidades, dominicanos con deseos de sembrar pero sin tierra,
dominicanos ignorados por el sistema, deciden arriesgarlo todo en busca
de una mejor y más humana forma de vida.
Es
así como, médicos, ingenieros, arquitectos, albañiles, pintores,
electricistas, mecánicos, técnicos, campesinos, obreros, letrados,
analfabetos, bailarinas, empleadas domesticas, bodegueros, choferes, y
hasta los hijos de machepa, decidieron un día, unirse al ya, mas de un
millón de exilados económicos, para convertirse, con sus remesas, en el sostén económico del país que, además de ignorarlos, los abandonó.
Hoy,
por la falta de visión de nuestra arcaica oligarquía y la ineptitud de
quienes nos han gobernado, sin agro, sin industrias, y sin educación,
nos hemos convertidos en adictos de las remesas, de los préstamos, de los turistas y de las Zona Francas donde, empresas extrajeras compran por migajas, la fuerza de trabajo de los pobres dominicanos.
Nos hemos convertido en sirvientes de quienes, con dólares, se asoman a nuestras costas.
En otras palabras, y sin querer molestar a Duarte, estamos pagando el abandono del agro, de la industria, de la educación y de nuestros pobres, con la soberanía de la nación.
¡Esto es inaceptable!
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