Fuente, http://www.listindiario.com/
Hace un tiempo, niñas y adolescentes de La Joya en Santiago, fueron fotografiadas por adultos que hicieron circular sus intimidades en la red. El caso sonó bastante y más de uno condenó en televisión, a “las frecas muchachitas del barrio” que se iniciaban en la prostitución. Nunca le vimos el rostro a la gente denunciada por explotación infantil, pero sí a las niñas que un conductor de un programa meridiano persiguió por el barrio, cámara al hombro, llamándolas hasta por sus apodos. Hay evidencias de que el comportamiento es distinto cuando los protagonistas viven en los Cerros de Gurabo.
Más reciente, en Juncalito, una prensa educada y consciente recogió testimonios de los niños abusados por el padre Alberto Gil, ocultando sus rostros y el de familiares. Algunas cámaras sí descargaron su fuerza para arropar a padres y madres con temor y vergüenza camino a la Fiscalía de Santiago en el curso de la investigación contra el ya condenado sacerdote polaco.
Recuerdo que una periodista, madre de un niño, no filmó la cara de uno de los padres porque se puso en los zapatos de ese que padecía la agresión sexual de un hijo. “Y pensé en el mío” me llegó a decir.
En sobradas ocasiones, la justicia y la prensa dominicana ahondan la indefensión de las víctimas. El camino a la justicia es tan caro y lento que más de una persona o familia se cansa o por falta de recursos abandona el proceso a medio camino. Mientras una parte de la prensa no tiene reparos en mostrar el rostro de las víctimas, el cadáver ensangrentado y la gente ñparticularmente los más pobres- sufriendo ante el féretro de la persona amada que yace inerte en el ataúd. Tan diferente es la conducta cuando el velatorio tiene ribetes de Blandino.
Cargar con la noticia no debe ser excusa para explotar el dolor.
Todavía está fresca la imagen de Nicole Valdez Henríquez, agonizando en Pekín después de ser impactada por un disparo a pocos metros de su casa.
Noticiarios de elevada cotización nacional
atropellaron al exponer la imagen que asesinaba a Nicole cada vez que en su último aliento era servida en la comida y la cena por la voracidad sensacionalista.
Curiosamente, al condenado sacerdote pederasta Wojciech Gil o Alberto Gil le hemos visto muy poco de la cara. El agresor agacha la cabeza para no ser atrapado por un lente nada ingenuo y pocas veces inocente.
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