Por Miguel Cruz Suárez
El autor es cubano, colaborador de los periódicos Granma y Juventud Rebelde.
«Poderoso Caballero es Don Dinero», dice un refrán de usanza universal, tomado de un poema de Quevedo: sentencia recurrente en los últimos tiempos, cuando el susodicho caballero anda con sus aires de conquista tratando (y no con poco éxito) de gobernar sobre los actos más comunes o sobre las decisiones más trascendentes de nuestras vidas cotidianas.
Incluso para algunos ya el combate terminó, y dando por seguro ganador al señor de marras, no conciben otro recurso ante sus problemas que la oferta inmediata de las monedas como solución infalible para lograr metas o completar trámites. En la mente de estas personas, que muchas veces reviven aquellos versos en los que Silvio Rodríguez agrupó a los «pobres mortales que se han creído astutos, porque han logrado acumular objetos», no cabe la idea de resortes solidarios o actitudes decorosas, su matemática es muy sencilla: si algo me estás dando, algo pedirás a cambio.
Cuando perdamos el valor de un gesto amable; cuando se extinga el auto que nos auxilia en la vía sin que abaniquemos frente a él la bochornosa diadema del «Poderoso Caballero»; cuando se muera la frase «No cuesta nada, solo cumplo con mi deber»; cuando el funcionario se vuelva usurero; cuando se rinda el pudor y sobre el alma colectiva se cuelgue el cartelito de «Se vende», habremos retrocedido como revolucionarios y como seres humanos.
Sobran los buenos ejemplos a lo largo de la historia que nos muestran la hidalguía y el desinterés de cientos de cubanos dignos que no se dejaron poner precio. Campeones que no abandonaron la Patria ante ofertas tentadoras, científicos talentosos que no han convertido en mercancía la inteligencia que les acompaña, líderes como Céspedes y Fidel, que se apartaron de la prosperidad que otorga la riqueza, en busca de un bien mayor, el de la Patria.
Granma
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