Por Miguel Cruz Suárez
El autor es cubano, colaborador de los periódicos Granma y Juventud Rebelde.
Siendo un niño observé por primera vez la acción cortés de un hombre cuando cedía su asiento a una mujer en la guagua, yo viajaba en las piernas de mi madre, que me susurró al oído: ES UN CABALLERO, ASÍ SE HACE. No lo olvidé jamás y lo he practicado de por vida, aunque en los últimos años lamentablemente se ha convertido en una especie de rareza que incluso sorprende hasta a las mismas mujeres, quienes reciben el gesto con algo de asombro.
El modus operandi de los masculinos si esa sensibilidad cívica va desde los ¨dormilones inmediatos¨ que nada más sentarse y extrañamente caen en un ¨sueño profundo¨ que les impide ver a la señora, que muy cerca de ellos, hace malabares para agarrar a la vez la jaba, el bastón, el nieto y el pasamanos del techo, hasta otros que se hacen acompañar de un periódico y permanecen con él abierto de par en par, como si los artículos de las páginas centrales fuesen de una lectura interminable, aunque los perores son aquellos que ni siquiera lo disimulan.
Y es que, aunque seguimos siendo un pueblo altamente instruido y de niveles educacionales que son la envidia de muchos en el mundo, hemos retrocedido en aquellas conductas que enaltecen al ser humano y que hacen de la vida un sitio más hermoso. En días pasados mientras conversaba con un amigo allá por la tierra natal, pasó casualmente Yunerlinda Testa Pobre, la hija de Pedro Testa y mi coetáneo me dijo al oído, le dicen ¨El Muro sin Eco¨ porque trabaja en la recepción del Policlínico y jamás ha devuelto los saludos a nadie. Otra pésima actitud que también abunda.
El hijo de charito es otro que bien baila, lo apodan Filiberto ¨Perro Sato¨, por su despreciable hábito de orinar en cualquiera de los árboles del Parque a cualquier hora del día o la noche, como si aquello fuera un gigantesco baño público, sin el menor respeto ante los que miran entre asombrados e indignados. Incluso se armó entre él y el viejo Gervasio una discusión porque el anciano, cansado de esa conducta que incluía el álamo frente a su casa, no se aguantó y expresó: OJALÁ SE LO CORTEN, lo que Filiberto interpretó como una amenaza a sus partes viriles, aunque el hombre luego aseguró que se refería al árbol y no a la otra cuestión.
Yo recuerdo que cuando las malas palabras eran malas de verdad, a mi primo le soltaron más de un regañón por su temprana incorporación al léxico de la expresión ¨vete al carajo¨ que ahora resulta un término que palidece ante el vendaval de obscenidades que se incorporan al vocabulario con más naturalidad que un bostezo y lo más lamentable es escuchar esas doloras expresiones en boca de muchachas que se privan de esa delicadeza femenina que las debe distinguir siempre.
Estas aberraciones cívicas junto a otras como lanzar las latas vacías y los desechos en la vía pública, la música alta, la destrucción de la propiedad colectiva y el irrespeto a normas elementales de convivencia nos lastran y muestran una imagen que nada tiene que ver con la cubanía y la siempre solidaria imagen de esta isla.
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