Por Rafael Núñez/Listin Diario
SANTO DOMINGO.-Pocas personas fueron sorprendidas con la reciente declaración del presidente de Haití, Jovenel Moïse, quien en una entrevista concedida a la agencia española EFE admitió que su país era ingobernable, aduciendo el gobernante haitiano –de manera errada– que la crisis actual que sacude a su nación es un tema meramente constitucional.
Mientras las élites política, empresarial y social haitianas se debaten en una bizantina discusión sobre las raíces de sus problemas ancestrales, la actual situación amenaza con una estampida masiva a República Dominicana, que discretamente ha venido registrándose de distintas formas, buscando oxígeno en otros territorios de la región.
Quizás solo los haitianos que detentan el poder no se dan cuenta de la profundidad de la parálisis en que ese Estado está inmerso, que para no pocos expertos Haití se encuentra en un callejón sin salida que lleva al convencimiento de que es un Estado fallido.
Después de tres meses de protestas que generaron cerca de 50 muertos, 19 a manos de la Policía, y más de un centenar de heridos, y en medio de una encrucijada que hunde cada vez más a una masa humana sin objetivo, sin dirección, sin propósito y sin destino.
Aunque su actual Presidente entiende que el mal de su país tiene su principal génesis en la Constitución, la cual, desde sus inicios, estableció una democracia de corte republicano parlamentaria, lo cierto es que los problemas del país son ancestrales, obedecen a múltiples factores, y que el estilo de administración es solo una arista del estancamiento que se percibe en todos los órdenes.
Para el jefe de Estado haitiano, la modificación de la actual Constitución de su país a los fines de que cambie el tipo de gobierno republicano parlamentario, a uno que fortalezca la figura presidencial, coadyuvaría a dar solución a muchas de las debilidades institucionales del pueblo haitiano. La historia haitiana es un espejo de cómo los vaivenes constitucionales para establecer monarquías, repúblicas y sistemas parlamentarios, ya republicanos o monárquicos, hundieron al incipiente Estado en un aparato inoperante.
La actual crisis que abate Haití es tan profunda tras 14 meses sin presupuesto y 10 sin gobierno, que la administración de Moïse reconoce que amplias zonas del Departamento Oeste atraviesan por una crisis humanitaria de escasa recordación en la historia de esa nación, presionando a los vecinos países, República Dominicana en primer término.
El que Haití no tenga un Primer Ministro y presupuesto desde el 18 de marzo de este año, se explica porqué la Cámara de Diputados destituyó al notario Jean Henry Céant como Premier, en una maniobra del Palacio Nacional encaminada a buscar un candidato que se plegara a los designios del actual presidente. Jovenel Moïse, un gobernante que arribó a la Presidencia de su país, con no pocas expectativas entre la gente que más sufre ese tipo de crisis, erró el tiro al provocar la salida de Jean Henry Céant, a quien se le sindica como un hombre del movimiento Lavalás, del expresidente Jean Bertrand Aristide.
Céant, un político de prestigio en la sociedad haitiana, venía de sustituir como Premier a Jack Guy Lafontant, obligado a dimitir luego de las pobladas del 6, 7 y 8 de julio que literalmente pusieron patas arriba a la sociedad haitiana tras el incremento en los precios de los combustibles, resultante de las recetas del Fondo Monetario Internacional (FMI).
La indefensión de los presidentes de no tener capacidad de maniobra para disponer de recursos con qué responder a los miles de compromisos y demandas insatisfechas, agregado a su imposibilidad de nombrar empleados públicos, les lleva a depender del Primer Ministro, que en un gobierno parlamentario tiene aquellas facultades constitucionales.
Resultó, pues, que el prestigioso Céant no estaba obedeciendo las directrices del jefe de Estado y fue obligado a salir. Desde que fue creado el gobierno republicano parlamentario, en Haití los presidentes funcionan en un sistema dual de dos cabezas: un Presidente como jefe de Estado y un Primer Ministro como jefe de gobierno, que ha sido criticado porque no se adapta a la idiosincrasia y cultura de una sociedad tropical, plagada de necesidades y de hambruna, como fue inútil la creación en el pasado de los dos reinos, el del Norte y el Sur en el siglo XlX.
La actual crisis política institucional fue provocada en el mejor momento para Haití, pues los fondos provenientes de organismos crediticios internacionales como el Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Fondo Monetario Internacional y de la propia Unión Europea, fluían sin contratiempos hasta que el Palacio Nacional de Haití concibió la estrategia de hacer saltar su Premier.
Informaciones de expertos en el tema haitiano dan cuenta de que “el FMI tenía un préstamo de 200 millones de dólares ya aprobado para mejorar la economía haitiana, pero los fondos fueron congelados con el choque de poder entre el Premier y el Jefe de Estado, lo que ocasionó que Haití cayera en una crisis de grandes dimensiones porque no tiene recursos para suplir el déficit de su presupuesto que ya ronda casi el 60 por ciento”.
La estrategia del gobierno de Moïse se afianzó en la idea de que con su mayoría parlamentaria maniobraría para designar a un Primer Ministro de su complacencia, de modo que sus proyectos no tuvieran resistencia en el Parlamento haitiano.
Jean-Michel Lapin, el Primer Ministro interino designado al efecto, venía del ministerio de Cultura con un bajo perfil, y llegó a esa posición mediante una jugada criticada por la comunidad jurídica haitiana, pues se esperaba que Moïse permitiera que el destituido Céant despachara los asuntos corrientes hasta llegar los trámites burocráticos, lo cual no esperó el Presidente. Esa lucha de poder contaminó todo el tejido político y social de Haití, pues los senadores se opusieron a Lapin y no reconocieron su autoridad.
Las cosas de Estado en Haití se reducen, en la mayoría de los casos, a pleitos entre compadres, pues el presidente Moïse dispuso la designación de otro: el economista Fritz William Michel, cuyo “background” se filtró a los medios de comunicación.
De acuerdo con los medios de prensa haitianos, y tal como se decía en los mentideros políticos, Michel vendía chivos sobrevaluados al Estado, por lo que se ganó el mote de “Mesyé Kabrit” (El hombre chivo), de manera que los senadores lo boicotearon, tiempo desde el cual Haití ha estado sin un gabinete oficial, en tanto Lapin sigue como interino y sin los fondos crediticios.
Ese conflicto político unido a la demanda de amplios sectores haitianos, especialmente en las redes sociales, para que las autoridades explicasen el destino de casi 4 mil millones de dólares del programa de Petrocaribe, dispuestos en los gobiernos de Michel Martelly y René Preval, sirvieron de caldo de cultivo para exigir en las calles la renuncia del presidente Jovenel Moïse.
Solución a la vista
El futuro
No es exagerado coincidir con expertos en política internacional en el sentido de que Haití se encuentra en primera fila de la lista de Estado fallido del planeta.
El origen
La actual crisis haitiana es una de tantas en las que cíclicamente se consume esa nación, cuyo origen se encuentra en todo lo ocurrido en los últimos dos siglos.
La nación
Haití surgió de una revolución social, independencia y racial que la hace especial entre todas las revoluciones llevadas a cabo a principios del siglo XlX.
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