Néstor Estévez.
Por Néstor Estévez
Especial/Noticias A Tiempo
Mucho, aunque no lo suficiente, se ha hablado de los posibles trastornos conductuales vinculados a la etapa de pandemia en que vivimos.
Así como sin darnos cuenta, mucha gente ha asumido como muy normal esperar, como si se tratara de los números de alguna lotería, los resultados deportivos o las variaciones de los mercados bursátiles, las estadísticas macabras de Covid-19.
Quizás por eso ya hasta parecen muy normales los nuevos protocolos relacionados con la despedida de seres queridos, de familiares, parientes y amigos. Quizás por eso parece asimilarse con relativa facilidad desde cualquier tragedia hasta temas que, sencillamente, pasan como si se tratara de una página cualquiera.
Quizás por eso alguna gente, desde seres humanos que se hacen llamar artistas hasta denominados comunicadores, no repara en los resultados de sus mensajes, para sí y para esa parte de la sociedad que se deja deformar por su influencia.
Quizás convenga insistir en que todos los mensajes, en sentido general, y los vinculados con el arte, en sentido particular, tienen propósito y vocación para influir en los sentimientos, el comportamiento y las consecuencias de las acciones de las personas.
Cuando la gente que, por el área en que se desempeña, está llamada a realmente servir como modelo para aportar a la construcción de una nueva y mejor sociedad, no solo descuida y olvida su papel, sino que parece complacerse cuando exhibe comportamientos bochornosos, ¿qué le espera a esa parte de la sociedad que se deja arrastrar por su mal ejemplo?
Hasta hace muy poco, la muerte, quizás porque todavía no terminamos de entenderla ni asimilarla en su justa dimensión, era ocasión para entender temas como la fragilidad de la vida, lo pasajero de todo lo material y hasta nuestra real igualdad ante ella. Pero cada vez es más común encontrarse con quienes, además de valorar muy poco la vida, también han perdido hasta el respeto por la dignidad de quien muere.
Da la impresión de haber perdido la noción, o de nunca haber sabido que la comunicación es lo que nos mantiene humanos; que en la medida en que nos comuniquemos lograremos entendernos y mejorar nuestras vidas. En consecuencia, deteriorar la comunicación equivale a menospreciar a la humanidad.
Da la impresión de haber perdido la noción, o de nunca haber sabido que solo los seres humanos contamos con el doble privilegio de expresar y apreciar el arte; un animal (irracional) se podrá asustar, podrá sentir atracción o rechazo y hasta manifestar otros sentimientos, pero sus capacidades no incluyen expresión ni apreciación artística.
Así como logramos real comunicación cuando desarrollamos esa capacidad de entender a la otra persona, de colocarnos en su lugar, el arte, como mensaje, cumple un cometido similar, mediante la expresión de ideas y emociones, marcadas por una particular visión del mundo.
Independientemente de los recursos y estímulos a que apelemos para comunicarnos, en sentido general, o para manifestar el arte, en sentido particular, ambas formas de expresión implican ejercitar nuestra sensibilidad. Esa es la única puerta para lograr la real conexión que permitirá mover a las personas hacia determinados propósitos, si las consideramos como tales.
En la comunicación, y en algunas artes, suele hablarse del “ángel” o del carisma que tienen las personas, en alusión a su capacidad para tocarnos y movernos. Esa característica es muy difícil y quizás hasta imposible de simular. Esa característica es la que nos ayuda a encaminarnos a una capacidad comunicativa que nos puede permitir hasta prescindir de las palabras.
En el caso del arte se habla del denominado “síndrome de Stendhal”, en alusión a una característica psicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco, vértigo y hasta alucinaciones cuando una persona se expone a una especie de sobredosis de belleza. Es como la máxima expresión de sensibilidad ante el arte.
En el caso de la comunicación se habla de personas que logran un nivel de compenetración que les permite entenderse sin hablarse. Es como la máxima expresión de sensibilidad para compenetrarse con los demás.
Quien haya logrado esos niveles de sensibilidad cuenta con alto grado como ser humano, quien ni siquiera esté en camino a lograrlo podrá seguir simulando mientras tenga la máscara.
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