El amor en los tiempos del cólera, perteneciente a la versión ilustrada por Luisa Rivera para Editorial Random House. |
Una hermosa novela del Premio Nobel, publicada en 1985, que parece habernos dejado un manual para la situación que estamos viviendo.
-“Capitán, el niño está preocupado y muy incómodo debido a la cuarentena que el puerto nos impuso.
– No es eso, Capitán. No puedo soportar no poder desembarcar y abrazar a mi familia.
– Y si te dejan salir del barco y se contaminan, ¿cargarías con la culpa de infectar a alguien que no puede soportar la enfermedad?
– Nunca me lo perdonaría, pero para mí inventaron esta plaga.
– Puede ser, pero ¿y si no fue inventado? -Entiendo lo que quiere decir, pero me siento privado de mi libertad, Capitán, me privaron de algo.
– Y tú te privas aún más de algo.
-¿Está jugando conmigo?
– De alguna forma.
Si te privas de algo sin responder adecuadamente, habrás perdido.
-“¿Entonces quieres decir, como dices, que si me quitan algo, para ganar debo privarme de otra cosa ?
– Exactamente, yo hice cuarentena hace 7 años atrás
– ¿Y de qué te tuviste que privar?
– Tuve que esperar más de 20 días en el barco. Había meses en que ansiaba llegar al puerto y disfrutar de la primavera en tierra. Hubo una epidemia.
En Porto Abril, se nos prohibió bajar. Los primeros días fueron duros. Me sentí como tú. Pronto comencé a enfrentar esas imposiciones usando la lógica. Sabía que después de 21 días de este comportamiento se crea un hábito, y en lugar de quejarme y crear hábitos desastrosos, comencé a comportarme de manera diferente a los demás.
– Empecé con la comida. Me propuse comer la mitad de lo habitual. Luego comencé a seleccionar los alimentos más digeribles, para no sobrecargar el cuerpo. Comencé a nutrirme con alimentos que, por tradición histórica, habían mantenido al hombre sano.
– El siguiente paso fue agregar a esto una purificación de pensamientos no saludables y tener pensamientos cada vez más elevados y nobles.
– Me propuse leer al menos una página cada día de una discusión que no conocía.
– Me puse a hacer ejercicios en el puente del barco.
– Un viejo hindú me había dicho hace años que el cuerpo mejoraba al retener la respiración. Me puse a respirar profundamente cada mañana. Creo que mis pulmones nunca habían alcanzado tal capacidad y fuerza.
– La tarde fue la hora de la oración, el momento de agradecer a una entidad por no haberme dado, como destino, privaciones graves durante toda mi vida.
– El hindú también me había aconsejado que tuviera la costumbre de imaginar que la luz entraba en mí y me hacía más fuerte.
– También podría funcionar para los seres queridos que estaban lejos, por lo que también integré esta práctica en mi rutina diaria en el barco.
– En lugar de pensar en todo lo que no podía hacer, estaba pensando en lo que haría una vez que llegara a tierra firme. Visualizando las escenas de cada día, las vivía intensamente y disfrutaba de la espera.
– Todo lo que podemos obtener en seguida, rápido, no es interesante. Esperar sirve para sublimar el deseo y hacerlo más poderoso.
– Me privé de comidas ricas, botellas de ron y otras delicias.
– Me habían privado de jugar a las cartas, de dormir mucho, de practicar el ocio, de pensar solamente en lo que me estaban privando.
– ¿Cómo terminó, Capitán?
– Adquirí todos esos nuevos hábitos. Me dejaron bajar del bote mucho más tarde de lo esperado.
-¿Te privó de la primavera, entonces?
– Sí, ese año me privaron de la primavera y muchas otras cosas, *pero aún así florecí, llevé la primavera dentro de mí y nadie me la puede quitar.
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