Néstor Estévez.
Por Néstor Estévez
Especial/Caribbean Digital
Estamos en torno a los días de uno de esos cumpleaños que uno no quiere celebrar. Y, pensándolo bien, tampoco se debe porque no hay motivos para celebrar. Sin embargo, sí vale aprovechar la ocasión para pasar revista y reorientar lo que hacemos.
Iniciaba marzo del 2020 cuando República Dominicana anunció su primer caso de SARS-CoV-2 (el coronavirus 2 del síndrome respiratorio agudo grave), que el común de las personas conoce como “Covid-19” (nombre de la enfermedad que produce).
Un turista italiano, de 62 años, fue puesto en aislamiento en el Hospital Militar Dr. Ramón de Lara, en San Isidro, en la zona oriental de la capital, porque presentaba unos síntomas sospechosos. No era raro que, a un país con una industria turística tan activa, llegara la pandemia desde tan lejos.
Pero algunos detalles comenzaron a llamar la atención. El hombre venía del que, para ese momento, era considerado segundo gran foco de Covid-19. Por otro lado, el hombre seguía dando resultados positivos en las pruebas durante más de dos meses, aunque se ha explicado que el ciclo es de catorce días.
Todo ello ocurría con imágenes desgarradoras de lo que estaba ocurriendo en Italia y en otras partes de Europa. También ocurría en medio de esa avalancha de mensajes típicos de etapas acentuadas por el miedo.
Así encontrábamos a gente desinformada “informando”, a gente dando remedios mientras investigadores de la medicina admitían desconocer las características del virus, de sus posibles efectos, así como la forma más adecuada para combatirlo.
Eran manifestaciones muy propias del inicio de toda crisis. Los estudiosos la denominan “etapa del miedo”. Se caracteriza por conductas como acaparar alimentos y otros artículos. Ha de recordarse cuánto llamó la atención que cada compra incluyera tanto papel sanitario. Vivimos desorientación y caos, situaciones alimentadas por reenvío de mensajes sin importar su contenido y mucho menos su veracidad.
A eso se ha sumado el contagio de emociones muy diversas y caracterizadas por el desenfreno. Por eso ha sido tan común encontrar desde la queja generalizada hasta la facilidad para irritarse, pasando por quienes han comenzado a mostrar ferviente creencia en el “dios de los apuros”.
Cuando se supo de esa “extraña enfermedad”, que comenzó como un aparente caso lejano, todo parecía indicar que era algo de eso a lo que se suele decir “que por allá pegue y que aquí no llegue”. Pero no ocurrió así. Lo que algunos se empeñaron en llamar “virus chino”, siguió expandiéndose hasta convertirse en pandemia, dando oportunidad para mostrar lo peor y lo mejor de la humanidad.
Así encontramos una diversidad de conductas que incluían acciones como aprovecharse de la crisis para acumular, para vender a sobreprecio, entre otras expresiones vergonzosas de degradación humana. Pero también hemos contado con manifestaciones como las de personas que han puesto en riesgo su salud, la de su familia y hasta su vida para ayudar a quien precisa de apoyo.
Ante la llegada de la vacuna, no han faltado actos bochornosos de quienes han hecho lo indecible para ser los primeros en recibirla, aunque con ello perjudiquen a quienes están en grave situación de vulnerabilidad. Entre ellos encontramos a quienes, por vergüenza, han mostrado arrepentimiento. Pero otros, precisamente por falta de vergüenza, siguen tan campantes como la bebida aquella, aunque el mundo explote.
Si de verdad hemos logrado superar la etapa del miedo, pasando al aprendizaje que nos ayudará a crecer, cuatro pilares han de sostener, como si se tratara de una mesa, nuestras acciones para superar la crisis y avanzar con sostenibilidad: detenernos, analizar, fijar propósitos y hacernos acompañar.
En una mesa de cuatro patas, si falta una, si una es más corta o larga, y hasta con el hecho de que le falte firmeza, podríamos echar a perder lo que necesitamos sostener en ella.
Hace falta que entendamos la necesidad de detenernos para entender lo que está ocurriendo. Es así como inicia la oportunidad para aprender de la crisis. Ahí comenzamos a clasificar los mensajes a que haremos caso. Ahí se entiende la utilidad de soltar lo que no podemos controlar. Y luego logramos atinar a proponernos metas, planes y acciones para superar la crisis. Ahí reparamos en que necesitamos a los demás. Así descubrimos que, de ésta, podemos salir mejores.
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